martes, 31 de enero de 2012

El Topo: El espía que vino del frío porque es puro hielo


Siempre me ha parecido paradójica la apariencia de limpieza, legalidad, pureza que tiene la sociedad (cualquier sociedad) sabiendo que, de alguna manera, depende en gran medida de algo tan sucio o moralmente dudoso como puede ser el espionaje, tanto interno como externo. Todo gobierno tiene y ha tenido sus cloacas y, por consiguiente, sus fontaneros. Y muchas veces, estos contaban con más poder real que el gobierno que se obtenía de las urnas. La constatación del poder de los servicios secretos para manipular, quitar y poner gobiernos, ya sean propios como ajenos, se nota a lo largo de la historia, sobre todo, en la del siglo XX. Lo que nos debería hacer pensar un poco es que esos mismos servicios secretos han demostrado, también con obediente obstinación, que muchas veces han sido bien poco profesionales, basando sus acciones en prejuicios, conjeturas o, directamente, la chapuza. Sabemos sobradamente que muchas acciones de la CIA en Sudamérica, con grandes (y dramáticas) consecuencias estaban basadas solamente en una fobia a todo lo que sonara a izquierda. Ya ni hablamos de comunismo. Pero no hay que irse  a los ´80 del siglo pasado para ver como clamorosos fallos de bulto han permitido catástrofes como la del 11S. Los informes publicados por Wikileaks el año pasado nos han dado pruebas oficiales y oficializadas de cómo trabajan sin una mínima seriedad, guiados por un sentido de la teoría y dedicados a estupideces y tareas vacuas más que a servir de refuerzo serio a la maquinaria del estado. Y nos estamos limitando al espionaje institucional, el del estado. No entramos en el industrial…
Siendo el propio oficio una paradoja, no es menos paradójica la representación que ha tenido el cine del oficio. Poco menos que lo ha idealizado. Más allá de James Bond, el agente secreto menos secreto del mundo, tenemos representaciones de todos los colores. Desde los desencantados agentes de “La Conversación” hasta a los hipertecnificados de “Enemigo Público” pasando por Jason Bourne. Pero, en general, se transmite la idea de que están un poco en los aledaños de la sociedad, la legalidad y que tienen algo así como una patente de corso para hacer lo que crean conveniente para “salvaguardar” al país. A su respectivo país, ya que la desconfianza, incluso entre aliados es la norma.
La película que nos ocupa hoy, “El topo”, es una adaptación de la novela “Tinker, Tailor, Soldier, Spy” de John Le Carré de 1974. Una operación fallida en Turquía hace que la cabeza del MI6 (el servicio secreto de Gran Bretaña), Control (John Hurt), deba de presentar su renuncia. Con él, dimite y pasa al retiro su mano derecha, George Smiley (Gary Oldman). Control se llevó a la tumba la teoría de que la operación había fracasado porque en la cúpula del servicio había un topo de los comunistas. Nadie parece creerle hasta que un agente de campo, Ricki Tarr (Tom Hardy) afirma que tiene datos que pueden confirmar este particular. La mera sospecha lleva al Ministro a encargar a Smiley que confirme este particular y, de ser así, se encargue de localizar y neutralizar al topo. Para ello, contará con la inestimable ayuda de Peter Guillam (Benedicth Cumberbatch). Juntos, sin poder confiar en nadie y sabiendo que también son sospechosos, tendrán que afrontar su misión y las acciones de Karla, su antagonista soviético.
Tengo que reconocer que me cuesta comentar esta película. Reconozco desde un punto intelectual que es muy buena. Pero su total frialdad me ha dejado fuera de su propuesta. Sin necesidad de ponerse orteguiano en este blog, tal vez sean las circunstancias en las que la vi, mi estado de ánimo o el momento vital que estaba pasando. Porque lo que más destaca de la película es la total frialdad que transmite. Empezando por los protagonistas, seres  más bien pasivos, que se limitan a observar y a tender su telaraña cuidadosamente a lo largo del metraje. Un metraje que es muy monocorde en su ánimo, en su ritmo. Tomas Alfredson huye de cualquier efectismo o climax. Salvo, tal vez el anticlimax. De hecho, el punto más emocionante, si se puede considerar así, ocurre a mitad del metraje, con Guillam intentando distraer una libreta esencia para la investigación. Estos personajes tan fríos, parcos, se mueven en un entorno funcional, triste, de apartamentos entelados con paramecios y fríos pasillos bajo la triste luz británica. Es indudable que esto es lo que se buscaba. Es la marca de la casa, de Alfredson y va con lo allí narrado.
Pero mientras que en la anterior película de este director, la excelente “Déjeme entrar”, se notaba que debajo de la frialdad, de los parajes nevados y las pocas palabras, latía un corazón, bullían los sentimientos, aquí no. En la película de los vampiros suecos sabías, notabas que en cualquier momento iba a desencadenarse algo dramático y violento (como así sucede). Pero en este caso, yo no lo he notado. Me ha parecido una película robótica en un entorno estéril. Como esas películas futuristas desencantadas, “Solaris”, por ejemplo. Pero circa 1970 en vez del futuro. A mí, personalmente, me ha echado de la película.  Si hasta el topo, una vez capturado se limita a justificarse diciendo que lo había hecho por una cuestión estética: “occidente se estaba volviendo muy feo”. Comentario más anticlimático es difícil de imaginar.
Con esto no estoy negando ninguna de las virtudes de la película. Técnica y artísticamente es excelente. Destaca la excelente actuación de Gary Oldman, así como la música de Alberto Iglesias, recompensada con una nominación a los Oscar. Pero qué queréis que os diga. Esa perfección técnica y artística solo consigue potenciar esa carencia de empatía que he sentido con esta película.
Siento decir que, para mí, eso marca la película y la define. De todos modos, la volveré a ver y es posible que mi opinión cambie, ya que soy el único que parece que ha tenido esta sensación. Por ello, he estado planteándome la licitud de poner escribir este post. Pero me ha parecido adecuado. Tiro una piedra y a ver si las ondas que genera en el estanque nos aportan algo interesante.

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