lunes, 30 de enero de 2012

The Artist: Una maravilla fuera del tiempo



Quienes me leéis con cierta asiduidad sabéis que creo que el hombre es un ser nostálgico por naturaleza. Ya sabéis que cualquier tiempo pasado fue mejor, pues el pasado, por el hecho de haber pasado, se nos antoja un terreno seguro. No existe esa cuota de incertidumbre que rodea el simple hecho de estar vivo, y que desagrada a mucha gente. Conocemos las consecuencias de los hechos que vivimos. Y eso, sin contar con la destilación/selección de los recuerdos que se efectúa, muchas veces, de forma inconsciente. De esa nostalgia, nacen fenómenos como las tiendas de memorabilia, cadenas musicales que solo programan oldies o esos programas de TVE en los que se saquean, muchas veces sin pudor, los archivos históricos de la cadena pública. Por no hablar de fenómenos como “Cuéntame” o “ Promoción del 73”. Este tipo de producto no deja de ser un exploit de esta nostalgia para vendernos un producto. Hay pocos productos culturales que realmente apelen a nuestra memoria, al pasado, para aportarnos algo nuevo con mimbres viejos. Si lo pensamos bien, este es un mundo en el que todo es cíclico: nada se crea ni se destruye, como la energía, siempre vuelve adoptando una idiosincrasia particular. El problema, al menos en el arte (donde incluyo a la moda), es cuando se utiliza esta tendencia revival con intención meramente consumista. Ya he hablado un poco sobre el particular el año pasado en mi post sobre “Super 8”, así que creo que poco me queda redundar en este particular.

Paralelamente a las ideas planteadas en anterior párrafo, debemos reconocer que, si existe un arte dispuesto a reinventarse una y mil veces, ese es el cine. Un arte que, además, tiene una fecha de caducidad relativamente corta: las películas se ven enseguida demodé. Esto se debe a que es un arte joven, que aun está desarrollándose, y a que depende mucho de la evolución de la tecnología, que como todos sabemos, está desatada. Pero esto se agrava cuando el atractivo y/o interés del film se basa solo en esta tecnología y, detrás de esos bonitos efectos especiales, bellos planos y todavía más bellos actores, solo hay la más absoluta nada. Quien me siga en esta página, sabrá que soy un firme defensor de que el cine, como todo arte narrativo, debe de basarse en una sólida estructura dramática, narrativa, con todo lo que ello conlleva: desarrollo de personajes, desarrollo de situaciones/conflictos.... No voy a entrar en detalle en la razón de remakes, revisitaciones, restauraciones, etc. que constantemente nos invaden. Pero debo decir que, en parte, la razón está en lo que acabo de exponer.

En definitiva, sin renegar de los avances de la técnica, en la evolución de la narrativa, la actuación y el armazón dramático del cine, debo de reiterar que la esencia del cine está en la narración. Si tienes una buena narración, ya tienes hecho gran parte del viaje. La película que hoy analizamos es un ejemplo de ello. No se puede negar que hacer una película en blanco y negro y muda en los tiempos que corren, de imágenes en 3D, sonido rumble-rumble y formatos panorámicos es un atrevimiento. Pero es que tiene lo esencial para hacer la película, aquello que falta en la mayoría de las películas: una idea, una historia, ganas de hacerlo bien y, lo que es más importante: arte.

Todo lo que se pueda decir de “The Artist” es bueno. He leído por ahí críticas negativas sobre la película. En el colmo de la desfachatez, ciertos críticos se atreven a comparar la película con aquello de “debería de haber sido”. Es una actitud tan pedante, arrogante y snob que huelga decir nada más. Hay que ser idiota para comparar una película de la segunda década del siglo XXI con una de la tercera del XX. Casi un siglo de diferencia os contempla. Me parece una estupidez supina. Porque “The artist” es una película del siglo XXI hecha a imitación de las películas hace un siglo. Pero sin olvidar ni obviar ese siglo de evolución. Lo contrario sería limitarse a hacer un ejercicio de puro manierismo, sin más interés.

No, “The Artist” es un ejercicio de nostalgia, de destilación del recuerdo, de horas de parpadeantes películas en acetato de celulosa pasados por el filtro de los años, esos que nos permiten distinguir el polvo de la paja y quedarnos con lo esencial, lo vital, y rechazar todo aquello que no funciona o que puede llevar al traste al conjunto. Es una película que sería irrealizable en los 20 del siglo pasado, no solo por cuestiones técnicas (que también) si no por meras cuestiones artísticas. Y lo mejor de todo, al menos para mí, es que no lo parece. Es tan factible y creíble como película al estilo '20, que engaña. Al menos, ha engañado a esos sesudos juntaletras que no saben ver más allá de su pedante nariz.

Lo que más destaca es la solidez de la propuesta. Es un producto muy trabajado, con un guión maravilloso, lleno de detalles, sin cabos sueltos, perfectamente controlado y cerrado. Es excepcional encontrar un guión tan redondo, tan conseguido y lleno de aciertos, muchos heredados de los clásicos. Lo que viene a redundar en mi idea de que lo importante, al final es la narración: unos diálogos brillantes no constituyen de por sí un buen guión ni pueden ocultar los defectos de forma y fondo. Podría argumentarse como defecto que la historia es ya conocida, un poco tópica. Cierto, pero no por ello es menos emocionante. Y, el hecho de que sea conocida permite un acercamiento y una identificación especial con la misma al operar en el área de seguridad del espectador, donde es francamente complicado operar con éxito, lo que constituye otro éxito de la película.

Este magnífico guión se complementa con una puesta en escena extraordinaria. Es evidente que esta es una película personal de Michel Hazanavicius, guionista y director. Su dirección es extraordinaria, siempre al servicio de la historia y teniendo en cuanta (pero no siendo limitada por) el modo de hacer de los años 20. Me refiero a que algunas soluciones técnicas usadas no eran viables hace un siglo, pero Hazanavicius no rechaza a hacerlas, si bien es tan elegante y fino en su ejecución pasan desapercibidas.

Sin abandonar la cuestión de la puesta en escena, se nos hace esencial hablar de la estupenda fotografía en blanco y negro de Guillaume Schiffman. El blanco y negro presenta una serie de problemas de volumen y de distancia de foco que no aparecen en la fotografía en color. No todos los fotógrafos cuentan con la habilidad y experiencia para poder trabajar con él. No es el caso de Schiffman, que logra grandes y estupendos contrates, tanto en escenas bien iluminadas (exteriores o salones) como en zonas en penumbra, logrando por momentos texturas que recuerdan a “Sed de mal” o “Ciudadano Kane”.

También me parece importante destacar la pericia demostrada al aportarnos cantidad de información extra mediante detalles aparentemente insignificantes que aparecen en pantalla: una estatua concreta, un anuncio en un periódico, una solución narrativa...Otrora no era algo tan raro, pero últimamente, se tiende a no saber utilizar el metalenguaje en el cine. O simplemente no existe (como en la mayor parte del cine mass media americano) o es tan complejo y críptico que pierde su función, como en ese cine llamado de arte y ensayo, practicado ahora por los “autores”. En este aspecto, Hazanavicius me parece más autor que muchos de estos en tanto y cuanto es consciente de que un autor se debe a su público, sin renunciar a su arte.

Por supuesto, la música es esencial. Ludovic Bource logra una gran banda sonora con múltiples matices que remite a varios autores clásicos. Se permite, incluso, utilizar fragmentos de clásicos, como Bernard Hermann, en determinados momentos con gran fortuna. Es importante citar que esta banda sonora es casi ubicua a lo largo de la película. Normal. Como experimento, una película muda está bien. Pero el silencio total hubiera dado horror vacui a un espectador de este 2012, rodeado de ruido casi las 24 horas del día. Paradójicamente, en este caso, el hecho de que los proyectores de cine sean tan silenciosos juega en contra de la película, ya que el familiar sonido mecánico hubiera podido vestir alguna escena.

No me gustaría acabar sin destacar la estupenda actuación de los actores, todo excepcionales. Jean Dujardin compone un excelente galán al estilo Douglas Fairbanks. El magnetismo y carisma que destila en los primeros compases de la película es simplemente asombroso, incluso siendo conscientes de como Hazanavicius lo mima con la cámara y Schiffman con la luz. Esa sonrisa de medio lado, ese ladeo de las cejas, valen un Oscar. Exactamente lo mismo pasa con Bérénice Bejo: toda una estrella desde que aparece en pantalla, un agujero negro que amenaza con absorberlo todo a su rededor de puro carisma y saber estar. Las escenas que comparte con Dujardin son pura dinamita, saltan chispas. En todas ellas se respira el cine más puro, sobre todo, en las de baile. Excepcionales, más allá de la técnica, por cuantísimo transmiten. Y qué decir de John Goodman o James Cromwell, actores de solvencia comprobada que aportan su saber estar y sapiencia en las escenas clave.

En definitiva, que me ha gustado muchísimo. La he encontrado excepcional. Por supuesto, le he encontrado peros o cosas mejorables. Pero considero que son ínfimos en comparación con los aciertos, quedan diluidos y su importancia es insustancial.

Está nominada a 10 Oscars. Debería de llevarse varios de estos. Me decepcionaría mucho que pasara lo contrario. Y más, viendo la competencia.

No es recomendable. Es un “must see”. Ya lo sabéis.

Pd. Y no he hablado del perro...




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