domingo, 17 de junio de 2012

Hysteria: La satisfacción de las mujeres



 Los médicos y curanderos egipcios y griegos, ya en su época, habían diagnosticado la existencia de una enfermedad estrictamente femenina que nacía en el útero. Esta enfermedad ocasionaba innumerables trastornos mentales y físicos realmente enojosos y desagradables, tanto para la afectada como para su pobre marido, que tenía que soportar con más paciencia que Job los innumerables cambios de humor de su pareja. Estos mismos médicos habían descubierto que, mediante el uso de diversos objetos que servían para realizar masajes pélvicos, la dama en cuestión sufría una explosiva descarga de la tensión acumulada en el útero, muchas veces, incluso, acompañada de fluidos, que la tranquilizaba y evitaba los síntomas. A lo largo de la historia, este mal tuvo varios nombres, siendo el más conocido el que se le dio en la Inglaterra Victoriana: Histeria. 

 Aunque no nos lo creamos, esta “enfermedad” estuvo oficialmente reconocida por la Sociedad Americana de Medicina hasta 1952. Y su tratamiento siempre fue la estimulación genital de la paciente hasta que descargara la presión uterina. De hecho, hasta esa fecha, era frecuente encontrar anuncios de vibradores y otros objetos de estimulación para damas en las revistas para señoritas con el fin de tratar de aliviar la cuestión. El problema fue que por esa fecha, quedó bien claro que esa descarga, era un simple orgasmo. Hasta ese momento, las mujeres no tenían tal cosa. Por eso, fue de aquella cuando esos citados objetos pasaron de tener una aséptica función médica a una sucia función sexual, iniciando una etapa de declive u ocultamiento que duró hasta hace bien poco. La película que hoy nos ocupa trata, precisamente, de como el Dr. Mortimer Granville (Hugh Dancy) inventó el vibrador eléctrico. Y esto lo hace de una manera amable, adecuadamente ficcionada y edulcorada. 

 Nos muestra a Granville como un joven Doctor que está adelantado a su tiempo, defendiendo la existencia de los gérmenes, la inutilidad de bálsamos, etc. Debido a sus avanzadas teorías no consigue trabajo en ninguna parte, ya que choca con los férreos estamentos médicos, firmemente instaurados. Por suerte, se le concede la oportunidad de curar los síntomas de histeria de las damas de la alta sociedad londinense. Pero esa labor se revela como muy cansada, lenta y, además, conlleva la aparición de codo de tenista. Así que, con ayuda de su amigo el ingeniero Edmon St.John-Smithee (Rupert Everett), encuentra la manera de mecanizar y optimizar el procedimiento. En esto, se mezcla una historia de amor, feminismo y autoafirmación.



 La película es agradable, un divertimento. En las fechas en las que la película se desarrolla, hace años que Pasteur ha publicado todos sus trabajos y estaban perfectamente reconocidos y aceptados. Además, el vibrador de Granville no era el primero que existía, si bien, fue el primero eléctrico y portátil y que se podía usar en la intimidad. Pero bueno, esto no son más que inexactitudes históricas. El problema es que se muestra un poco dispersa, ya que intenta abarcar demasiado y desde un punto de vista algo contemporáneo de más. Para empezar, pasa un poco de puntillas por el tema sexual en el intento, conseguido, de no ofender a nadie. Estamos hablando de una película que habla del orgasmo femenino, con lo que un poquillo más de arrojo no hubiera estado mal. Pero la cosa se agrava cuando, como a mitad de película se mete la historia de amor y los componentes de justicia social, tanto en cuestión de lucha de clases como de igualdad entre sexos. Ninguno de estos temas se puede desarrollar adecuadamente por falta de tiempo, lo que hace que la cosa quede bastante insulsa y hasta absurda. Abarca demasiado y aprieta poco. Además, estas partes tampoco están demasiado bien integradas. Parece que son como pinceladas aisladas sobre un lienzo que, si bien está claro que conforman un cuadro, no parece que sea algo muy conjuntado ni proporcionado. 

 Desde el punto de vista técnico, la producción es excelente, como todo producto de épocas que viene de las islas. Ropas bonitas, escenarios estupendos y fotografía excelente para resaltar, y contratar, los dos mundos que, en momentos, enfrenta, la clase alta y la baja. En cambio, la dirección es simplemente funcional y, por momentos, algo morosa. Hay un par de escenas mal montadas y que crean confusión, además de un exceso de suposición por parte del espectador en cosas en las que no tiene que suponer. Y más cuando otros conceptos están subrayados de más. 

 En cuanto a las actuaciones, destaca Hugh Dancy, que hace un severo esfuerzo por sacar adelante a un Granville bastante plano así como Felicity Jones, que, sobre todo al final, saca algo de jugo a su personaje de relleno. También destaca algo algún secundario. El resto de los actores, se limitan a ser funcionales, especialmente un Everett que lleva haciendo el mismo papel hace ya varios años. Lo hace bien, pero no estaría mal que cambiara un poquillo de registro. Está más encasillado que el rico del Monopoly. 

 En definitiva, una película inofensiva, entretenida y bien hecha, pero nada sorprendente ni relevante. Un simple divertimento que no pasará a la historia. No es de las que yo recomendaría, pero para pasar un ratillo, no está mal. 

Lo que no me gustaría es terminar este post sin mencionar que algunos han escrito, a raiz de esta película, que los médicos que se dedicaban a curar la histeria eran una especie de Gigolós con diploma de médicos. Esta conclusión me parece francamente errónea, precipitada y aventurada. En aquella época, se creía realmente que las mujeres no tenían orgasmos, en tanto y cuanto, no tenía eyaculación. Además, aun hoy en día existen abundantes misterios en cuanto a la sexualidad femenina, cuya fisiología se está mostrando bastante más complicada de lo previsto, que no sería de aquella, cuando esta se resumía en “sirve para tener hijos”. Hay que tener cuidado en aplicar conceptos modernos a cosas antiguas, aunque hoy nos resulten muy evidentes. O muy disparatadas aquellas.

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