sábado, 30 de enero de 2010

La Herencia Valdemar


Quejarse es siempre sencillo, salvo que se lo hagas a Telefónica o alguna de sus compinches en el vergonzoso y mafioso mercado de las telecomunicaciones. El caso es que los españoles nos quejamos de que no nos gusta el cine español y, en cambio, vamos como ovejas a ver la última chuminada que vomitan los grandes estudios para hacerse de oro. Así que todos debemos de asumir nuestra parte de culpa.Es verdad que hay una gran desconexión entre lo que los cineastas españoles nos proponen y lo que los espectadores queremos ver. En el fondo, muchos de ellos se sienten “autores”, artistas, y no se dan cuenta de que están en un mercado que, como todos, responde a unas reglas de oferta y demanda. Y, sinceramente, no hay demanda para según qué productos.
Entonces, ¿Cómo es que se siguen haciendo según que bodrios que deberíamos de ver solo porque son bodrios españoles? Esto se debe al sistema de subvenciones. Mucho se ha escrito sobre el tema y sobre la nefasta influencia que la llamada Ley Miró ha tenido sobre el cine patrio, fomentando la creación de cine cultureta frente a un cine muy exitoso y popular que sí que se consumía. Es cierto que este estaba constituido por películas de Ozores y Pajares, pero daban dinero. Un dinero que, de vez en cuando, se usaba para productos de calidad que ganaban premios. Pero este no es el tema del presente post.
En los últimos años, parece que poco a poco se va separando la brecha que se había abierto entre espectadores y artistas. En parte, gracias a la aparición de una serie de profesionales bien formados que, sin dejar de ser autores, en el buen sentido de la palabra, no se pierden en la autosatisfacción artística de otrora que tiene bastante de ejercicio onanista. También a un replanteamiento de la industria, que se va dando cuenta de que no se puede sobrevivir en un mundo se subvenciones donde la teta de la vaca estatal se está secando en problemas más acuciantes para la sociedad que el arte. Desgraciadamente, las lentejas, el trabajo, el hogar, etc. Siguen siendo más importantes que la cultura. Por eso estamos viendo propuestas que conectan cada vez más con el público sin tratarlo de idiota y, cuando importa fenómenos externos, como las Sproof movies, haciéndolos propios.
Pero hasta ahora en nuestro país no se había hecho nunca una película sin subvención de ningún tipo. Y encima, en dos partes y a la vez. Este es el caso de la película que hoy nos ocupa: “La herencia Valdemar”, un arriesgado y, por qué no decirlo, romántico ejercicio de nostalgia cinematográfica. Además de una excelente muestra de amor por los relatos romántico-góticos de finales del S. XIX y principios del XX. EN esta película encontramos a Poe, a Stoker, a Wolfstonecraft Shelley e, incluso, a Byron. Pero sobre todo, encontramos a Lovecraft en estado puro.
Es curioso, pero el autor de Providence, Rhode Island, siendo uno de los pilares de la literatura y el cine de género desde los años 20 del siglo pasado, nunca había sido correctamente adaptado al cine. En parte, se debía a lo alambicado de su prosa, no tanto en lenguaje o estilo narrativo como porque sus historias son terriblemente sugestivas, densas y dramáticas. Por eso, los adaptadores o no lograban adaptarlo adecuadamente o se limitaban a quedarse con alguna idea de sus principales relatos (Reanimator, por ejemplo). Pero donde otros han fracasado, el desconocido José Luis Alemán ha triunfado. Al menos en esta primera parte del díptico. Para ello, ha desarrollado una historia original pero poderosamente anclada en el mundo del atormentado autor americano.
La Agencia inmobiliaria Inmoverance ha perdido a uno de sus mejores hombres durante la tasación de la mansión Valdemar. Así que deciden mandar a otra tasadora, Luisa Lorente (Silvia Abascal) para que termine el trabajo. El caso es que esta también desaparece, por lo que el dueño de la Agencia, el misterioso Maximilian (Eusebio Poncela) decide mandar al Detective Nicolas Tramel (Oscar Jaenada) a investigar. Pero no lo manda solo. En el viaje en tren, va acompañado por la Dra. Cerviá, presidenta de la Fundación Valdemar, quien le cuenta la historia de los Valdemar, allá por 1880 y sus contactos con el más allá y con misterioso personajes.
Debo decir, ante todo, que es una película coja, solo cuenta un trozo de la historia. Pero eso es algo que hay que saber antes de sentarte a verla. Para mí no es un defecto, tal vez un fastidio, pero no un defecto. Habiendo dejado esto claro, he de continuar reivindicando la dedicación y cariño que se percibe en la realización de la película desde la excelente introducción hasta esa especie de tráiler de la segunda parte que adorna los créditos finales. También destaca la magnífica ambientación de la película, sobre todo de la parte decimonónica, con escenas realmente conseguidas, dignas de cine de Hollywood, al nivel de las de la reciente Sherlock Holmes. Me ha gustado mucho la fotografía, muy cálida y acogedora pero con zarpazos de escenas sorprendentemente frías.
En esta ambientación, se integran unos excelentes efectos especiales y de maquillaje, sencillos, pero muy aparentes. En ningún momento se ven cutres o se tiene la sensación de haber querido llegar a donde no se podía, pero llegando muy alto en algunos momentos. Esto es gracias a que en todo momento se ha primado la narrativa a la simple espectacularidad.
La historia se intuye francamente interesante, si bien da la sensación de que aún queda demasiado por contar. Pues aquí radica el principal defecto de la película. Cuando pasan a narrarte el pasado, se quedan allí, dejando abandonados a los personajes del presente para recuperarlos solo al final. Tal vez hubiera que haber acortado algo la parte decimonónica y contarte algo más del presente al final de la película para que esta resultara algo más compensada y acabara con un cliffhangger algo más…tenso. Supongo que, cuando se vean las dos partes juntas, el conjunto será más armonioso. Vista la película como una unidad, es molesto y queda raro. También me han gustado mucho los detalles o guiños que se detectan a lo largo del metraje, muchos de ellos solo perceptibles por iniciados en los mundos de Lovecraft. Esto es un plus de interés para los ya convencidos, un bonus que se agradece.
Las actuaciones me han parecido bastante buenas en general. ¿Sabéis lo que pasa? Es que no estamos acostumbrados a escuchar cine en español, con sonido en directo, y nos suena raro, pero eso no debe de afectar a nuestra valoración de la actuación de la mayoría de los intérpretes. Debo destacar a Paul Naschy en el último de sus papeles y la poderosa presencia de Paco Maestre como el Demonista Aleister Crowley, sin olvidar la excelente y delicada composición de Laia Marull como Leonor Valdemar.
Poco más que decir. Espero con ganas la continuación. Creo que esto es lo mejor que se puede decir de una primera parte. Espero que no me decepcione, porque la primera parte tenía muy buenos mimbres y promete mucho. Yo solo espero que este ejercicio algo suicida de hacer una película de género en España, sin subvenciones y con buen gusto se salde con éxito. La verdad es que es algo que se necesita como agua de mayo. Además, si la cosa sale bien, puede que sea el comienzo de algo nuevo, una nueva y fructífera etapa del cine de nuestro país.

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