sábado, 2 de enero de 2010

Bienvenidos a Zombieland


De todos es sabido que la función de la ciencia ficción no es tanto contarnos el futuro como contarnos el presente desde el extrañamiento. Creo que no descubro Roma cuando comento que el género (o subgénero, depende de cómo queramos verlo) de los zombies ha sido desde su origen uno de los que más carga crítica contiene. Las primeras películas de zombies, como “I walked with a zombie” de Jacques Torneur (1943), alertaban frente al abuso de la llamada civilización sobre los antiguos rituales del Caribe y las Antillas. Pero en 1968, el director de origen coruñés George Romero hizo la que sería la obra que definiría el subgénero hasta una fechas realmente recientes, “La noche de los muertos vivientes”, al establecer una serie de particularidades que se han convertido en características. La primera, y ya citada, la crítica a la sociedad del momento: En la película de Romero había una nada velada crítica antimilitarista. Pero también un claro posicionamiento a favor de la integración de los negros en un momento en que la lucha por obtener la igualdad estaba en su apogeo: el cabecilla de los supervivientes es un hombre de color. Y esto nos lleva a la segunda de las características; la acción se centra en pequeños grupos de gente variopinta que quedan aislados en medio de la invasión de no-muertos. Es este aislamiento el que pone de manifiesto lo peor de cada uno de los componentes del grupo, al enfrentarse en inferioridad numérica a la inidentificada horda. Muchos han querido ver en esto último un mensaje anticomunista o, al menos, de lucha de clases. El caso es que, al final resultaban más peligrosos los hombres “sanos” que los zombis”. Las características apuntadas en esta película quedaron indefectiblemente fijadas por la continuación, Zombie (Dawn of the death, 1978)
Los años ’70 y ’80 fueron bastante prolíficos en películas de zombis, género que fue bastante cultivado por los maestros del Giallo italiano como Lucio Fulci. Incluso hay algunos ejemplos patrios, como las películas del gallego Armando de Ossorio. Pero llegaron los años ’90, años de alegría (ahora lo vemos) algo infantil e inconsciente. En un ambiente de desprejuiciada e indolente alegría colectiva, las críticas, aunque fueran justificadas, no eran muy bien recibidas, por lo que el género cayó un poco en el olvido. Pero llegó el 2000, que empezó con el temido efecto 2k y trajo una oleada de descontento. Poco a poco, la ciencia ficción fue volviéndose a poner de moda, si bien, no alcanzaba los niveles de nihilismo de los ’50 o los ’60 del siglo anterior. Y con la ciencia ficción volvieron los Zombis. Danny Boyle nos trajo en 2002 “28 días después”, que era la revisión de los clásicos en un entorno del siglo XXI. Pero la que marcó la definitiva vuelta del género fue el redux de “Dawn of the death” hecho por Zach Snyder en 2004.
Ese mismo año salió al mercado la otra gran película de zombis de la década, la genial “Shaun of the Death”, de Edgar Wright, conocida en España como “Zombis party”. En ella, se encontraban los ingredientes característicos del género pero vistos desde la estupidez y la rutina embrutecedora del día a día. La película inglesa era increíblemente sutil, sin dejar de ser bastante gore. La manera en la que se centraba en los humanos y sus problemas cotidianos, que simplemente resultaban potenciados por la invasión resultó ser un acierto y una novedad. El ataque de la horda dejaba de ser, al menos hasta bien entrada la película, el problema para pasar a ser otro problema que agravaba al resto.
La película que nos ocupa hoy, “Zombieland”, bebe en gran medida de la película de los ingleses. Aquí, desde un principio, el problema es la invasión de los Zombis. Pero si en un principio se puede afirmar que, como en aquella, esta agrava los problemas que los protagonistas ya tenían, la cosa acabará siendo vista como algo positivo, catartico. Columbus, por ejemplo, era un freak hiperprotegido y maniático al que los zombis obligan a salir de su capullo. Tallahasee, un redneck algo alocado encuentra en la invasión una razón para vivir y las hermanas Wichita y Litl’ Rock encuentran la honradez y la confianza de la que carecían como pequeñas delincuentes que eran. Porque si en algo se caracteriza esta película es en el buen royo que transmite. Desde su magnífico comienzo, al ritmo de Jimmy Hendrix, hasta el hilarante final, no se la puede tomar muy en serio. Principalmente, porque el narrador, Columbus, si bien sí que se lo toma en serio, cuenta la cosa de un modo que dista mucho de la circunspección y sobriedad que caracteriza a los asuntos serios. Esto se potencia con una narrativa visual muy original y novedosa, si bien demasiado dinámica para ser considerada objetivamente como seria. Por eso, podemos afirmar que esta no es una película de miedo, es una comedia con todas las letras (y con zombis).Este tono de comedia le quita a la película bastante carga crítica, la verdad, si bien no por ello deja de lanzar sus pequeños dardos contra el stablisment.
La película es entretenida y agradable de ver (nunca pensé que diría esto en una película de zombies) pues no es nada siniestra o sordida. Los personajes, muy bien definidos y mejor interpretados, vagan por escenario apocalíptico en medio de una especie de un desprejuiciado carpe diem sin saber mucho que hacer cara un futuro no escrito, se toman las cosas tal como son, de un modo bastante positivo. Y es que, a diferencia del resto de las películas citadas, (incluso, aunque en menor medida, Zombis party), es una película positiva y divertida. Busca entretener. Y lo consigue.
En muchos momentos está a punto de caer en el más absoluto de los ridículos, pero se salva por la buena labor de todos los implicados. Como momento cumbre, destaca el delirante “asalto” a la mansión en Beberly-Hills, momento meta-cinematográfico absolutamente genial que da lugar a alguno de los mejores chistes de la película. Porque esa es otra, muchos de los chistes no son facilones. Muchos, incluso son finos y afilados como agujas, terriblemente cínicos, si bien pasan desapercibidos al espectador que no esté atento.
Que decir. Me ha gustado bastante. La he encontrado muy entretenida y amena y me ha dado bastante más de lo que yo esperaba, sorprendiéndome gratamente en muchos momentos. Yo la recomendaría a todo aquel que no le tenga demasiado miedo a la sangre…

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