Todos
conocemos proyectos que nacen muertos desde la mismísima mesa de
diseño. Proyectos por los que nadie daría un duro y que, sin
embargo, siguen adelante y acaban haciéndose realidad. Podemos poner
como ejemplo la Cherry Cola. Las bebidas carbonatadas con sabores
exóticos solo funcionan en Japón, donde cosas como la Coca-cola de
pepino arrasa. Pero es que el país del sol naciente es muy peculiar
para un montón de cosas. Y muchas veces, aciertan: el Kit Kat de Té
verde que, en principio solo se puede encontrar allí, está
delicioso. Quién lo diría. Otro ejemplo de esto que digo puede ser
la línea de ropa interior desechable de BIC, que mientras escribían
fino y escribían normal, sacaron unos calzoncillos de algodón de
textura semejante al papel que se deshacían si sudabas un poco...
En
un sentido un poco más artístico, podemos citar a toda la retahíla
de megalómanos proyectos de arquitectura pública que han surgido
como setas en la piel de toro en los no tan lejanos tiempos en los
que estábamos económicamente boyantes.
El
problema es que, muchas veces, la cosa no falla por desidia o por no
ponerle ganas. Es, simplemente, que hay algo en origen que no
funciona. Como pasa en el caso que nos ocupa hoy: la última película
de Ridley Scott. El director inglés, de probada calidad, a pesar de
ser bastante irregular, ha reunido un grupo de excelentes
trabajadores para intentar sacar adelante el primer guión original
del sobresaliente novelista Cormac MacCarthy. El problema es que el
guión no es tal, con lo que lastra todo el proceso.
McCarthy
es probablemente uno de los mejores novelistas americanos vivos. Con
una producción relativamente corta para los años que lleva en
activo, el lanzamiento de cada una de sus novelas es un merecido
evento. Además, su relación con el cine ha sido bastante
fructífera. Varias de sus novelas han sido convertidas en excelentes
películas, como “No es un país para viejos”. Pero igual que
digo que como novelista es excelente, no lo es como dramaturgo y/o
guionista. Su obra de teatro “Sunset Limited”, un largo diálogo
sobre la fe y la muerte, se sostenía por el hecho de que era corta,
un solo acto, se ceñía a las tres unidades del teatro clásico y
solo tenía dos personajes. Pero este no es el caso de “The
Counselor”.
El
caso es que la historia es puro MacCarthy. Podemos reconocer todas
las constantes del autor en la película. Pero escribir un guión no
es como escribir una novela. Por mucha rabia que nos dé, la
estructura es esencial en el cine. Y hay ciertas constantes que,
desgraciadamente, no se pueden evitar. Me diréis que en anteriores
posts he defendido el romper con la estructura. En realidad, lo que
yo defiendo es trascenderla, que no es lo mismo. Y para saber
hacerlo, como Tarantino o los Hermanos Coen, ya que hemos hablado de
“No es país para viejos”, hay que conocerla muy bien y saber
cuando y como se puede hacer.
Una
de las constantes que nunca se deben de romper es la estructura en
tres actos. Tiene más de diez mil años de eficacia probada. Como
que el hecho de que el último acto, el desenlace, debe de ser el más
corto. Es donde se debe de surgir “El prestigio”, como se decía
en la película homónima de Christopher Nolan: una sensación
determinada que el espectador debe de tener en el momento adecuado.
Quiero decir, que el espectador debe de sentir que la cosa se acaba
antes de ser consciente de ello intelectualmente. El famoso suspiro
en el “Ghost” del que hablaba la mayor Makoto Kusanagi en el
Manga de Shirow. El problema es que las sensaciones deben de ser
satisfechas, pues en caso contrario surge, indefectiblemente, la
frustración. Recordad de que hablamos de algo visceral, más que
cerebral (a pesar de que el cerebro es una víscera... bueno, me
entendéis). En esta película, yo sentí que la cosa se acababa
cuando aun faltaba casi una hora para el final. Esto hace inevitable
que mis expectativas se vean truncadas. Por la suspensión en el
tiempo de la resolución que mi cuerpo me estaba pidiendo. Ya sabéis
que lo bueno, si breve, dos veces bueno. Y en los terceros actos,
esto es más verdad que nunca.
Pero
el principal problema es que la película es hablada. Me explico,
consiste en una serie de set-pieces de duración irregular que se
encuentran una detrás de otra en un ordenamiento cronológico. Solo
hay un flashback para mostrarnos la escena más alucinada de la
película, a Cameron Diaz tirándose un Ferrari. Tal como suena.
La
mayoría de las escenas consiste en gente hablando de... cosas. Y
esos diálogos son largos, densos y, la mayoría de las veces, se
refieren a cosas ajenas a lo que sucede en la pantalla o a la
historia en sí. Son tangenciales, lo que provoca extrañamiento en
el espectador, que se siente expulsado de la historia. Está muy bien
que un mafioso hortera mencione a Antonio Machado, aunque sea poco
creible. Pero la posible función de esa cita en una
conversación-casi un monólogo- de varios minutos queda diluido.
Y
es que hay dos normas más no escritas, pero esenciales: NUNCA pongas
un diálogo entre dos personajes que dure más de minuto y medio o
dos minutos, a no ser que pase algo importante en el interín o uno
de ellos esté dando un discurso bien estructurado (Un alegato en un
juicio, por ejemplo). La otra norma es que JAMÁS hagas que un
personaje diga más de 30 palabras seguidas. Parecen pocas, pero son
muchas. Una columna de opinión de un periódico tiene 300 palabras.
Y estos posts unas 1500.
Como
esta verborrea diluiría las-escasas- escenas de acción, estas deben
de ser brutales por contraste. Pero en este caso,el contraste es tan
grande que parecen insertos de otras películas, a pesar de que tenga
en pantalla a esos personajes tan parlanchines e intensos. Porque
esa es otra: un personaje puede ser parlanchín o verborreico si ello
lo hace humano, así, el personaje trasciende la historia y se le
dota de personalidad. Pero en esta película los personajes solo
hablan de sexo, codicia y temas muy elevados y filosóficos. Por
ejemplo, sabemos que el innominado Consejero (Michael Fassbender) ama
a Laura (Penélope Cruz) porque le hace el amor y se lo dice
constantemente. Aunque le compra un anillo con un gran diamante, en
el entorno de degradación en el que se mueven, ese acto no se puede
considerar como una señal de amor. Goyo Jimenez lo dice en todos sus
monólogos “no lo cuento, lo enseño”. Y eso es lo que pasa. Que
lo cuentan, no lo enseñan.
Con
todo esto, quiero decir que es una película fallida a nivel de
guión. Que no es un guión. Hay más errores que podría citarse,
pero creo que sería hacer sangre y que lo principal ya está
expuesto. Que conste que, después de haber visto la película, he
leído el guión, así que puedo hablar con propiedad. No es un
guión.
Y
no creo que el error sea de Cormac MacCarthy. No es un guionista
profesional, solo un novelista que ha visto que sus obras pegan bien
en el cine y lo ha querido intentar. El problema es que hay un montón
de profesionales que le tendrían que haber cubierto las espaldas y
haberse sentado con él para corregir estos fallos que son de orden
técnico y estructural, reitero. Y esa persona probablemente debería
de haber sido Ridley Scott como director. O alguno de los
productores. Pero es que debe de ser muy intimidante sentarte delante
de uno de los grandes para corregir su trabajo...
Más
allá de lo citado, es una película excepcional. Creo que es la
película donde mejor he visto a Penélope Cruz y a Cameron Díaz.
Porque Bardem y Fassbender ya son sobresalientes casi siempre. Todo
el mundo implicado da el 100% para intentar compensar el guión y
sacar a flote la película. Y la verdad es que consiguen un producto
excelente. Ya digo que las interpretaciones son excelentes (con
sorprendentes cameos) , así como el trabajo de Scott. Pero también
la parte más técnica, como el diseño de producción y la
fotografía, totalmente deudora de la de “Breaking Bad” en tanto
y cuanto se desarrolla en el mismo entorno.
La
pregunta a responder es si la recomiendo o no. La verdad es que, a
pesar de que es bastante decepcionante, yo la recomiendo. Ahora bien,
hay que ser consciente de las peculiares circunstancias de esta
película, lo que se va a ver. Lo que me da mucha pena, es que, con
que alguien que sepa escribir para el cine (escribir en imágenes
antes que con palabras), podría haber salido una película
cojonuda...
Una
pena.